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domingo, 22 de junio de 2008

100 dias de demencia - El imperio de la estupidez (por Jose Antonio Diaz)

El apriete como resabio autoritario. El país partido al medio por los discursos únicos. La responsabilidad de Cristina Fernández.
Eduardo Duhalde –denostado y reivindicado en menos de 24 horas por Luis D’Elía y Néstor Kirchner, respectivamente- dice que lo que está haciendo es “juntar al peronismo”, no conspirar para suceder a los Kirchner: “El error de Néstor fue poner a su mujer en la Presidencia. Ahora puede perder todo”. La política, para él, es más importante que las retenciones. Los costos, más importantes que las pérdidas (ver recuadro). Alfredo De Angeli –convertido en un líder carismático por los medios- también se posiciona en la política para pulsear con el Gobierno: “A los diputados y senadores los vamos a ir a buscar, para enseñarles a legislar”, aprieta al mejor estilo kirchnerista. Cada vez le resulta más difícil sostener una metodología de lucha que va contra la sociedad, incluido aquel sector más solidario con sus reclamos.
“¿Cómo llegamos a esto?”, se preguntó uno de los máximos directivos de la poderosa Asociación de Empresarios Argentinos en su último encuentro. “Porque somos así”, simplificó otro. Y tal vez esa sea la respuesta.
Estado ausente. Gobierno debilitado. Funcionarios y líderes hipócritas: entrenados para la mentira. Gobernadores e intendentes alquilados: preparados para la traición. Economía bombardeada. Oposición impotente. País paralizado, partido en dos, fragmentado. Antes de los últimos 100 días de anarquía política, económica y social, la Argentina no era el paraíso que pintaba un gobierno negador, pero tampoco vivía la trágica realidad que sufre hoy sin atinar a nada.

Hace 100 días había que encarar algunos “retoques”. Néstor Kirchner tenía que dejar gobernar a su esposa. Los funcionarios debían abandonar esa utopía de “quedarse con todo”, incluso con las empresas y los negocios de los demás. Había que aflojar con el manejo descontrolado de la caja. Y aceptar la necesidad de emprender sencillas correcciones en la macroeconomía para parar la inflación y dejar de espantar a los inversores. Eran los reclamos que se le hacían al matrimonio presidencial, incluso desde su propio entorno de industriales del dólar alto, economistas del “modelo” y legisladores ñoquis. Sólo eso se le pedía. Tanto y tan poco.

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